Lo he pensado, no me molestan las cucarachas.
En un viaje a Saltillo me quedé en casa de una amistad lejana, no estaba obligada a darme asilo, pero en la mejor de las voluntades lo hizo. En la noche fui al baño a lavarme los dientes, vi 3 cucarachas dándose tremendo festín con los residuos de los cepillos de dientes. Grité una grosería. Tuve que explicar qué fue lo que había pasado y me sentí muy triste de pensar en la pena y el gasto que mi casera tendría que pasar al reponer los 5 cepillos de dientes de la familia entera, más el del invitado.
Lo he pensado, no soy morboso; o, no a ese grado.
El detalle con la cucaracha es la suciedad que encarna en los espacios que deberían ser, los más pulcros, el baño y la cocina. No es casualidad que la ella prefiera estos sitios, lo hace porque son también los idóneos para su sano desarrollo. Son «limpios» pero siempre se ensucian. El paraíso para quien gusta de los recovecos húmedos y restos orgánicos. ¿Qué culpa tiene? Citando al filósofo Tovar.
Lo he pensado, la cucaracha es un infiltrado.
Hemos intentado construir desde la torre de Babel edificaciones al tamaño de nuestro ego. La multiplicidad de lenguas, la coexistencia con un otro irreconocible e incomunicable, impidió consolidar alcanzar a Dios mismo en el mundo antiguo. Hoy con los avances de la época la variedad de lenguas ya no es problema. La cucaracha encarna esa primigenia discordia, esa diferencia que se hace presente en nuestros templos de arquitectura moral, hace patente que incluso ahí, en el mayor y más espléndido de los palacios que en su existencia mitológica el hombre construyó, habita junto a nosotros un otro inexpugnable e irreconciliable, nos descubrimos de nuevo, imposibles de ser Dios.
Lo he pensado, si existe Dios, sería yo.
Es una blasfema pues camina entre los sitios prohibidos cometiendo sacrilegio, ensucia las superficies más prístinas pues es una iconoclasta, deja su huella en nuestros utensilios comunes sin darnos cuenta, es una anarquista. Siembra un registro invisible pero latente como una enfermedad mal atendida. Infecta la claridad de la noche mientras se esconde a la vista. La moralidad no la acosa, no le interesa la ética, es la pura pulsión, ser impulso. Es potencia enfocada enteramente en una sola cosa, existir a como dé lugar. Existir a pesar y a cuesta de nosotros.
Lo he pensado, la guerra y la fiesta exigen sacrificio.
Y puede que después, después de todo y antes del fin, ellas sigan aquí, o lo que quede de aquí. El fin de las cosas es su emisaria, le abre paso y la anuncia, pero ellas tardan en llegar aunque siempre están presentes. El cadáver del tiempo le pertenece pues estuvo en su nacimiento. Ellas no poseen más allá, pero de este mundo son su futuro. El ser por y para la muerte no somos nosotros, son ellas. Revivimos el augurio de nuestra fútil existencia cuando las pisamos, pues sabemos que ellas no están muertas porque pueden yacer eternamente; y con el paso de los extraños eones, incluso la Muerte puede morir y cuando despierte ellas seguirán ahí.
Lo he pensado, ¿Quién pagaría a manos llenas lo que se le da gratis?
El fin es su mismo principio, la imposibilidad de permanecer sin sufrir desgaste, de producir sin crear desperdicios, de permanecer en el Ser. Es su vida el sacrificio exigido voluntariamente en este ritual pagano para servir a cierto erotismo latente en toda transgresión, el deseo entregarse al gasto voluptuoso de la más bélica de las fiestas, el exceso descarnado, el Carnaval.
Muchas gracias a Rafiki por ayudarme con el PDF :)!